El 6 de junio de 1994 las comunidades aledañas a los ríos Páez y San Vicente disfrutaban del descanso particular que brinda un lunes festivo. La calma duraría hasta las 3:47 p.m., cuando un terremoto de magnitud de 6.8 azotó las tierras del Cauca.
El Servicio Geológico Colombiano recordó el fenómeno natural que, con una intensidad máxima de 8, causó una devastación significativa en la zona. La configuración del terreno, la deforestación y la temporada de lluvias crearon un escenario propicio para deslizamientos y avalanchas, cobrando la vida de más de 1.000 personas y desplazando a 1.600 familias.
Adriana Agudelo, funcionaria del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán, recordó que al llegar al lugar no pudo contener las lágrimas: “Fue muy impactante ver toda la zona epicentral afectada por deslizamientos. Todas las montañas estaban completamente peladas, sin capa vegetal. Las poblaciones estaban tapadas, sin puentes y sin vías”.
Los informes oficiales reportaron que más de 20 municipios tuvieron daños en la infraestructura, entre los cuales se encontraron agrietamientos, colapsos en viviendas, escuelas, edificios e iglesias en Toribío, Jambaló, Inzá, Totoró y Santander de Quilichao.
Además de las pérdidas humanas y estructurales, el fenómeno también dejó su huella en la tierra. Se calcula que más o menos 40.000 hectáreas sufrieron afectaciones por el sismo y posteriores deslizamientos, especialmente en las inmediaciones del Nevado del Huila, uno de los glaciares más grandes del país.
Agudelo recuerda que desde el pueblo indígena nasa, el cual habitaba en mayor parte de la zona, se determinó que “todo se debió a la forma en la que los habitantes de la zona se estaban relacionando con la madre Tierra”.
Hoy, casi 3 décadas después de la tragedia, el pueblo de Páez no olvida a los que los auxiliaron en el siniestro. Desde la alcaldía se llevó una ofrenda floral a los monumentos a los socorristas y se realizó una eucaristía conmemorativa.
Las lecciones derivadas de este y otros eventos naturales como el terremoto de Popayán y la tragedia de Armero también permitieron mejorar las instituciones y organismos de gestión del riesgo.
Jaime Raigosa, líder del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán, declaró que “como resultado de lo que pasó en Páez, se reforzó el monitoreo del volcán Nevado del Huila y posteriormente se instaló una red de monitoreo de flujos de lodo”.
Así mismo, señaló que el trabajo con las comunidades permitió conocerlas a profundidad y construir un plan de acción para emergencias que disminuya al máximo posible los riesgos.
Fotografía: RTVC Noticias